Será por tu vivienda hecha de ruinas y de misterios, porque rompías la roca para ganarte un par de medios, o por tus tirapiedras, los mas famosos de la loma, de la mejor horqueta de la guayaba y duras gomas. Será por todo eso que mi memoria se empina a ratos como tus papalotes, los invencibles, los más baratos; y te levanta en peso, Narciso el Mocho, para ponerte entre los elegidos: los que no caben en la muerte. El papalote cae, cae, cae, se va a bolina la imaginación: buena cuchilla la picó. Una vez de tus manos un "coronel" salio brillando: qué pájaro perfecto, cuántos colores, qué lindo canto. Ninguno de nosotros iba a volarlo, ya se sabía: era un encargo caro del que mandaba, del que tenía. Llevabas en el puño aquel dinero de la tristeza, dinero de aguardiente, de "El Sol de Cuba", de la cerveza, y te seguimos todos a celebrarlo, sucios y locos: para tí Carta Oro y caramelos para nosotros. El papalote cae, cae, cae, se va a bolina la imaginación: buena cuchilla la picó. La gente te chiflaba cuando en la tarde subías borracho. Tú contestabas piedras y maldiciones a tus muchachos. Eras el personaje de los trajines de tu pueblo: eras para la gracia, eras un viejo, eras negro. Una noche el respeto bajó y te puso bella corona: respeto de mortales que, muerto, al fin te hizo persona. Pobre del que pensó -pobre de toda, aquella gente- que el día más importante de tu existencia fue el de tu muerte. El papalote cae, cae, cae, se va a bolina la imaginación: buena cuchilla la picó.