En el pabellón de mis juguetes un pequeño trovador de barro negro su laúd ataca. A veces no sé dónde se mete, se hace amigo de las noches, de los perros, de la caminata. Pero por saberse preferido vuelve a mí con mañana y sol o con alba gris. Vuelve de las sombras, de un secreto que no sé. Vuelve de un quizás, vuelve de un tal vez. Y para mí tañe el laúd con melodía que parece azul, y para mí cuenta su viaje y la canción se estrena un traje. Y para mi tañe el laúd precipitándolo como un alud. Sospecho que su melodía llega de amar la poesía. Suena su versión desesperada, su versión de los misterios que lo animan, su versión del alma. Su canción de amor bate las alas, su país o su emoción llega y camina, su ilusión desarma. Y una vez que acaba la canción, queda esperar que vuelva a partir, que vuelva a llegar. Así me sorprende a ratos el amanecer: soñando que aún siempre va a volver. Y para mí tañe el laúd con melodía que parece azul, y para mí cuenta su viaje y la canción se estrena un traje. Y para mi tañe el laúd precipitándolo como un alud. Sospecho que su melodía llega de amar la poesía.