No poco sorprendido quedó Don Diego Velázquez al recibir el papel y el recado que le dio Enrique. “Tomad esto de parte de Doña María de Cuéllar”, le dijo el mancebo; “y permitidme besaros las manos; que tengo prisa de llegar al convento”. El nombre de su amada, de la que reinaba en sus pensamientos y desde aquel mismo día le estaba prometida, resonó en los oídos del enamorado Velázquez como la detonación inesperada de un disparo de cañón. Quedó por un momento aturdido, con el papel en la mano, y cuando quiso procurar a Enrique para cerciorarse de que no había entendido mal sus palabras, ya el ágil mensajero había desaparecido. — ¡Qué prisa lleva ese muchacho! -exclamó el teniente—, pero veamos lo que dice este papel. —Y desdoblándolo aprisa, leyó dos o tres veces su contenido. -¡Demonios! —exclamó— ¿Qué significará esto? Había convenido con Don Cristóbal en que mañana tuviera yo las vistas de ceremonias con mi novia; y ahora me vienen con una cita para esta noche ¡y en el jardín de la Fortaleza! ¿Qué misterio habrá en esto...? Y Don Diego llamó en alta voz al criado que le servía. -Ferrando —le dijo cuando se presentó— corre, vuela: búscame a Don Pedro de Mojica dondequiera que esté; dile que venga a yerme en el instante. El criado salió a escape, y Don Diego volvió a engolfarse en un mar de conjeturas sobre el billete que tenía en las manos. —Es letra de mujer en esto no cabe duda —se decía—. Y sólo una persona de rango elevado escribe así. Pero ¿será efectivamente María de Cuéllar la que me llama o será alguna que toma su nombre para enredar mis cosas? Esta gente de corte es capaz de todo; y me da más miedo que todos los indios bravos que he combatido. Y siguió así, poco a poco, dejando correr la imaginación a su antojo, y yendo tan lejos que llegó a convencerse de que algún envidioso le tendía una celada con ánimo de asesinarlo. Compareció al fin Mojica, a tiempo que ya Diego Velázquez había decidido resueltamente no acudir a la cita. Dio a leer el papel a su confidente, y le refirió cómo se lo había entregado Enriquillo. El señor Mojica, tan pronto como se hubo enterado de todo, movió la cabeza con malicia y dijo: —Sin duda, señor Don Diego, que aquí hay gato encerrado, pero no es lo que vuesa merced se figura. Es positivamente su prometida novia la que le convida a esa cita, y su objeto se reduce a haceros desistir del matrimonio. — ¿Lo creéis así? —dijo Velázquez con un brusco estremecimiento de sorpresa. — ¡Pardiez! —respondió Mojica—. Estoy seguro de ello: es más; la intentona está autorizada, cuando no preparada por los Virreyes: sin eso la jovencilla no se atrevería a daros cita para el jardín de la Fortaleza. —Mucho me pesaría que el Almirante me hiciera tamaña deslealtad —observó Velázquez con acento de duda—, pero sea lo que fuere, decidme vos, buen Mojica, qué resolución debo tomar. —Ir a la cita, señor —respondió el astuto consejero—. Este lance conviene jugarlo de frente. Si el Almirante se anda con tretas, es bueno que vos exploréis su terreno: si es trampa que han armado mujeres solamente, veamos qué partido podéis sacar para vuestros proyectos, dejándoos coger como un inocente en esas redes, que al cabo no han de ser peligrosas para vos. Si os proponen algún partido, no concluyáis nada, y dad respuestas evasivas para ganar tiempo... No aceptéis nada sin deliberar conmigo antes... Ved que soy perro viejo y tengo los colmillos gastados a fuerza de experiencia. —No tengáis cuidado, amigo mío; a nada me comprometeré sin tratarlo previamente con vos. Pero decidme; y si el Almirante no entra por nada en esto, ¿no se ofenderá cuando sepa, si llega a saberlo, mi atrevimiento en celebrar citas dentro del recinto de su casa con una dama de tan alta jerarquía y tan querida de su esposa? -Abandonad ese escrúpulo, señor Don Diego. El Almirante sabe ya, por vos mismo, que María de Cuéllar va a ser vuestra esposa. ¿Porque habría de llevar a mal el que vos acudierais a una cita, si es que llega el hecho a su conocimiento? íd, pues, aprovechemos la ocasión para ver sinos desembarazamos del barbilindo de Grijalva. —No os comprendo —dijo Don Diego con extrañeza. —Pues yo me entiendo, y Dios me entiende, señor —replicó Mojica—. Grijalva sabrá oportunamente que vais a conversar con Doña María de Cuéllar esta noche. Por precaución llevad vuestra buena espada de Toledo; y además quedaré yo con un escudero guardándoos las espaldas. —Me parece que adivino vuestro pensamiento —dijo Velázquez— pero ¿y si se me tiende un lazo ya de acuerdo con Grijalva? —No puede ser; no ha habido tiempo para tanto -respondió Mojica con seguridad—. No he perdido de vista a ese mozo desde que fuisteis a hablar con el Contador real esta mañana. Por fortuna, Hernán Cortés lo ha tomado por su cuenta hoy; lo ha hecho almorzar con él; esta tarde han salido juntos a caballo a ver una huerta que yo le ponderé mucho; y la cual, acá ínter nos, aunque fue de] Comendador Ovando, no vale dos cominos. Ya veis que estoy en todo: cuando regresen de su paseo, tendré buen cuidado de entretener al bobalicón de Grijalva, hasta que llegue la hora de hacerle tragar su pulga, y curarlo radicalmente de su importuno amor. — ¡No tengo con qué pagaros, mi buen Mojica! —exclamó con transporte Velázquez—. Veo claro vuestro proyecto: esa cita me va a ser muy útil. Procuraré desempeñar bien la parte que me toca, y fuere anzuelo... —Pescaremos con él al pescador —concluyó el corrompido confidente, prorrumpiendo en una estrepitosa carcajada, que a Velázquez le pareció el graznido de un ave de mal agüero. —Quisiera dar aviso a mi prometida de que acudiré a su llama miento: ¿qué os parece Mojica? De todo punto innecesario, señor: si tratarais de negaros a la amable invitación de vuestra dama, estaría en su lugar ese aviso; mas no así cuando ella debe aguardaros en el lugar señalado, y en ello no hay incomodidad de su parte: ¡oh!, estad seguro de que no faltará la tortolilla a ese deber. En estas materias, la mujer más tonta sabe más que Séneca. El dócil Don Diego se dio por satisfecho con las lúcidas explicaciones de su confidente, que ya había conseguido apoderarse de su ánimo y conducirlo como a un corderillo. —Ahora —agregó Mojica— me voy a tomar un bocado y a aguardar a Grijalva para entretenerlo hasta la noche; no sea que Satanás, que no duerme, vaya a hacer una trastada. Es preciso evitar que el doncel y vuestra prometida se entiendan antes de que se verifique vuestra conferencia con ella. Estad listo a las ocho y media que os pondréis en marcha: os repito que vayáis bien armado, por lo que pueda acontecer. Grijalva ha de tener noticia de vuestra buena fortuna; esto entra en el plan; y no sabemos si sus extremos de celoso pueden conducirlo hasta algún desafuero... Para tal caso todo lo tendré apercibido. Adiós... ¡Ah! me olvidaba de algo importante para mi. Ese demonio de Licenciado Las Casas está siempre enredando con la sucesión de Doña Ana de Guevara. Pretende que me quiten la administración de los bienes, y esto no lo debéis consentir, porque sería un vejamen injusto a este vuestro leal amigo y servidor. Confío en que sabréis defender mi buen nombre llegado el caso. —Descuidad, Mojica, vuestra causa es la mía —respondió Velázquez—. Yo hablaré al Licenciado para que no os moleste, y haré cuanto pueda porque no se os cause pesadumbre por ese lado. — ¡Guárdeos mil años el cielo, señor! —dijo el codicioso intrigante con no disimulada alegría— y disponed de mi como de un fiel esclavo. ¡Hasta la vista!