En los pueblos nativos de América el desarrollo de su cosmovisión estuvo vinculado con la naturaleza que lo
era todo, incluyéndose en ella a los seres humanos y a las deidades. Concebían entonces que este mundo era
patente, evidente a la sensibilidad y a la emotividad propia de cada uno de los seres que lo formaban. Era
un mundo de religiosidad panteísta, puesto que todo en él era sagrado. Todo contenía una deidad incluyendo
al ser humano y a la naturaleza. Era un mundo pan culturalista porque todos los seres que residían dentro
de esta comunidad tenían culturas equivalentes (seres humanos, naturaleza), donde cada uno aprendía de
otros y enseña a los otros.1 Es así como, desde esta cosmovisión, el ser humano no es el centro del universo, sino
un componente más de un equilibrio que debe de existir con la Madre Naturaleza; la Tierra y el Universo son
parte de un mismo todo al cual pertenecemos los seres humanos; la tierra no es solo un medio de producción,
sino la Madre que da Vida y a la cual hay que retribuir. Lo anterior, se evidencia en los relatos míticos y en
las leyendas de los pueblos latinoamericanos, como una forma de expresa su cosmovisión, a partir de
cosmogonías que centran su fuerza creadora y espiritual en la naturaleza. Entre los relatos cosmogónicos más
fascinantes, está el Popol Vuh libro sagrado de los Maya Quiché, el cual cuenta el papel de los dioses cósmicos
en la creación del mundo, del hombre y la nación Quiché. Pero al mismo tiempo es una fuente de
conocimiento, acerca de la percepción que los mayas tenían del mundo y sus entornos políticos y sociales. El
Popol Vuh nos cuenta la creación del universo y los padecimientos y angustias de los animales por no entender
y asimilar el lenguaje de los dioses, y también de los intentos y fracasos de los dioses por crear un hombre que
sostenga el equilibrio divino con la madre naturaleza, que finalmente se logra con la creación de los hombres
de maíz, que es al mismo tiempo el alimento sagrado del pueblo Maya Quiché. Los dioses Tapeú, Gucumaz
y Hurakán deciden crear al hombre para que habite la tierra, pero primero crean la luz, el aire, los vegetales
y los animales. El libro muestra la creación del sol y la luna, y la vida social del pueblo en sus rituales de juego
a la pelota, el equilibrio y la armonía son el centro de la cosmovisión de este pueblo originario.