Con la fabulosa riqueza adquirida, la familia Churrisbrantes quedó muy por arriba de Cri-Crí. Tentado estuvo éste de hacerles una visita para felicitarlos por su buena suerte, pero ignorando el nuevo horario de recibimiento, se abstuvo de ello, limitándose a seguirlos en los periódicos. Porque los diarios y las revistas reproducían sus retratos en todas las ediciones cotidianas y seman*les, sin dejar de fotografiarlos desde todos los ángulos posibles.
Pareció que al fin se hacía justicia al espíritu metódico de los Gorrisnucas. Fue fácil enterarse de que a las nueve en punto de la mañana se desayunaban en la terraza de su castillo. Entre las diez y las doce recibían en otro palacio a personas notables (cinco minutos para cada celebridad). A mediodía, cuando el sol tocaba exactamente el meridiano, chapoteaban descalzos en su extensa playa privada. A las dos de la tarde presidían un banquete de 200 cubiertos; si por torpeza de las cocinas hubiera que comer a las tres, los comensales eran 300. A las cinco de la tarde, en trasatlántico propio, daban un paseo de seis millas debidamnete registradas por los aparatos de a bordo. A las ocho se dirigían en tranviá particular a un cinematógrafo reservado para ellos y sus amigos, en donde cada noche se proyectaba la misma cinta: una historia del Oeste americano en la que un vaquero heroico triunfa de los villanos gracias a su magnífico par de relojes.
La pautada relularidad de los acaudalados Torresmochas admiró a la sociedad entera. se puso en boga la puntualidad, cosa desconocida desde los tiempos de María Castaña, y la ciudad adquirió un ritmo exacto, riguroso. Hasta los incendios y los choques tuvieron que suceder a horas fijas. Los bohemios, los abogados y todos aquéllos afectos a hacerse esperar fueron considerados enemigos públicos. Cri-Crí mismo, que tampoco se mata por llegar temprano, se vio amenazado por la intransigencia horaria. "¡Nos estamos volviendo más británicos que los ingleses!" exclamó, y sacó pasaporte para dirijirse a Jauja, a Ronconia. ¡Adonde fuera! Cri-Crí se marchó lo más lejos posible, hasta la estepa rusa donde es fama hay lobos que muerden las pantorrillas, pero sin cuidarse de la hora.